sábado, 23 de abril de 2011

MANJAR DE CORRAL


Manjar de corral
Su carne oscura y prieta, plato de domingo hasta hace 30 años, vuelve a las mesas. La alta cocina ha devuelto el prestigio al pitu caleya, que ya vuelve a criarse por miles.

No se parece en nada al pollo de granja. Su carne es más oscura y más dura y su sabor inigualable, superior incluso, en opinión de sus fervientes defensores, a la de la carne de cerdo, vaca e incluso del lechazo. Es el pitu caleya, el pollo de corral, criado en libertad, que se alimenta de cereales y de lo que pica en el suelo. Es tan diferente a esas aves blanquecinas que compramos en carnicerías y supermercados, que muchas personas cuando la comen por primera vez dudan de que sea pollo y otras confiesen preferir el sabor del producido en las granjas.
Ana Álvarez es de las pocas personas que en Asturias siguen criando auténtico pitu caleya. Vivió su infancia viendo crecer pollos en el corral de casa y ella continúa la tradición materna.
Sus pitos son nacidos en casa, de huevos empollados por las quicas, esas eficaces gallinas pequeñas que reúnen trece huevos y se quedan cluecas. Ana los cambia por huevos de otras gallinas para garantizar el nacimiento de los pollos. Recién nacidos, los alimenta de pan amasado que ella misma prepara y después comen cereales: trigo, cebada y, sobre todo, maíz, procedente de la huerta familiar. «Y, por supuesto, las verduras que les echamos y lo que comen de la tierra, caracoles, lombrices, pero nada de pienso», explica la propietaria.

A los cuatro o cinco meses, los pitos corren libres ya por su cuenta, abandonados por sus madres, que empiezan de nuevo a poner huevos. Cuando la luz del día decae, se retiran solos al gallinero. Así viven hasta que cumplen al menos un año. «Para entonces –explica Álvarez– pesan ya unos tres kilos y medio y tienen la carne en su punto, porque han andado y corrido mucho por la finca».
Amador compra los polluelos en el mercado de Mieres y, alguna vez, si tercia, los trae de León. Los dos primeros meses les da un poco de pienso con 70% de maíz y trigo y soja, para «un poco de engorde». Después, va reduciendo esa alimentación a favor del trigo y maíz triturado, que pronto será ya lo único que coman, junto a la hierba y todo lo demás que piquen en el suelo. El ex-minero sacrifica a los pitos con unos siete u ocho meses de edad, cuando pesan de media unos cuatro kilos. Si no son para congelar, los deja un par de días colgados al sereno, en un sitio fresco, o en la nevera antes de cocinarlos.

ISABEL LOPEZ
canales.elcomercio.es

2 comentarios:

  1. Marisa, que mal nos quieres. A estas horas de la noche, nos vas a tener soñando con un buen pitu guisau y detrás una arrozin con leche de los nuestros. Pecao

    ResponderEliminar
  2. No Luis: “no ye pecao, ye gloría bendita”.

    ResponderEliminar